“Yo he venido a prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lc. 12, 49).
Fuego como el de la zarza ardiendo del monte Sinaí que resplandeció en la cara de Moisés para mostrarse como el “Yo soy el Señor” que da la libertad de su pueblo.